“Flash”. Sí. Los flashes de los paparazis que hacen rehuir al mítico Fabio de Miguel pero que, a su vez, son parte de toda una iconodulia bebida de Andy Warhol – el mismo que osó dirigirle la palabra cuando coincidieron en su visita a España en el 83 para proclamarle: «you are a star» –.
Junto a su irreverencia y escándalo habitual, y tras casi 50 años de trayectoria sin rendirse a nada ni a nadie, el título de la exposición hace referencia a la volatilidad intrínseca de la misma; con la exclusividad de presentar piezas de principios del 2000 y también las más recientes; incluyendo colaboraciones con Jesua y hasta la única obra que pintó junto a Miguel Ángel Campano; sin medias tintas ni trances, como el espíritu del mismo que lo engendra y lo pare.
Con un aura de post vanguardia fresca y de reinvención constante que sigue la estela de la galería My Name’s Lolita Art, Fab⛥o – por divino – pasa absolutamente del qué dirán – y también de las restricciones de la Unión Europea sobre la purpurina, por qué no –; y logra que cualquiera entre en éxtasis como Santa Teresa ante la elevación de performances como Kick in the ass – obras en formato tondo en las que, tras derramar acrílico y glitter sobre ellos, lo esparce con su propio trasero con la intención declarada de que «ya que no tengo culo, pues por lo menos lo uso para algo» – o Picasso robado, que según narra: «como Picasso es un poquito hippytrusco y un poco comunista, pues le pongo unas botas de Louboutin para darle más lujo a la cosa».
De todas formas, ¿por qué dar explicaciones de cualquier acto de maestría? Como dijo Manuela Trasobares: ¿por qué no aceptar que la locura es fantasía? Van Gogh se cortó una oreja y hasta la señora Rius llegó a confesar que Dalí practicaba zoofilia.
Abracemos la incoherencia ácrata, rociémonos en la metafísica del arte y tomemos conciencia de lo puramente esencial: que nunca vamos a ostentar el suficiente flash hasta que no tengamos un Fabio colgado en nuestra pared.
Toni Matas